lunes, abril 19, 2010

EL AMOR EN CUALQUIER INSTANTE



Buenas tardes de nuevo a todos. Siento mi desaparición obligada, y a buen recaudo efectuada. Estuve de vacaciones. Unas vacaciones cortas, pasadas por agua y nubladas, pero vacaciones al fin y al cabo, descansando con mi Sirenita, disfrutando del gran placer de pasear por varios centros comerciales (ejem, ejem...) y relajándonos alejados por la distancia kilométrica, que no mental.

Regreso para intentar ponerme al día con las colaboraciones en las que ando a medias, para apretarme los cordones y salir a entrenar en éste ámbito creacional y para darles de nuevo la bienvenida a mi blog, que es vuestro blog. Espero que disfruten de su estancia aquí. Hoy les dejo con un relato titulado EL AMOR EN CUALQUIER INSTANTE, ilustrado por Raquel Mayoral, a la que le doy de nuevo las gracias por la magnífica ilustración con la que ha decorado el relato.


EL AMOR EN CUALQUIER INSTANTE


Llevaba toda la noche pensando. Había tomado un vaso de leche y me fui a la cama sin nada más que llevarme a la boca. No tenía ganas de comer ni de hacer chistes y tonterías a las que tenía acostumbrado a mis padres y hermanos menores. El pequeño de la casa, mi hermano José, se había ido antes que yo a la cama y con peor cara. Se me había acercado para decirme que jugara con él, y yo le grité sin pensar el daño que le iba a causar, sólo por pensar nada más que en mí. Mis dolores eran físicos por culpa del puñetazo que le había propinado a la pared mientras subía por las escaleras por culpa de la rabia que me había dado verlos a los dos juntos. El dolor de mis nudillos se me iba aminorando y pronto se extinguiría pero otro dolor crecía a gran velocidad, era mi corazón que se dolía a gritos por culpa de la desilusión a lo que lo habían sometido mis ojos al haber mirado aquella escena por la tarde.


Salí de mi casa después de haber merendado mi tazón de leche con galletas y de haberme puesto mi camiseta que habíamos creado en el garaje de Arturo con todo tipo de colores. Sólo tenía en la mente una figura, la de ella.


Todas las tardes iba al parque de los leones y se sentaba en un banco con sus amigas para hablar y tratar temas interesantes para los jóvenes. Hablaban sobre estudios, salud y sobretodo de chicos. Éste último tema del que hablaban me estaba atrayendo y ya no tenía tiempo de pensar en otra cosa.


Siempre llegaba a mi casa con un único propósito y un favor que pedirle a Dios, que volviera a enseñarme el rostro de Cristina en mis sueños. Con eso sería el chico más feliz del mundo, me conformaba con poder hablar con ella por las noches en mis pensamientos y poder soñar con besarla sin que ella se apartara de mis labios.


Esta tarde se encontraba mucho más guapa. Siempre lo estaba pero hoy la encontraba de una forma especial. Se había hecho unas coletas y había dejado caer su flequillo de color oro por su frente. Vestía una camisa blanca con dibujos de flores en ella y unos pantalones vaqueros azul marino que se ajustaban todo lo que podían a su bello cuerpo y lo resaltaba aún más.


Sus amigas no paraban de hablar y reírse, pero ella mantenía la cara seria con la que había pasado los últimos diez minutos que yo llevaba allí sentado en el banco observándola. Apoyaba la cabeza entre sus manos mirando aun punto fijo del suelo y pensando. Quizás pensaría en los estudios, quizás en la salud de algún familiar o la suya propia, pero yo sabía que estaba pensando en el amor, y que justamente no era en mí.


Si su imagen fuera la de nosotros dos abrazados a la luz de la luna, sería una preocupación que me haría muy feliz. Aunque no sería así, su gesto era muy preocupante. Cerré los ojos y pensé que daría todo por cambiar esa preocupación en una sonrisa. Volví a abrirlos y ella estaba de pie hablando.


Un chico estaba a su lado y esa feliz que quería para ella se había hecho realidad. Mis súplicas habían sido escuchadas, aunque no de la forma que me hubiera gustado. No de esa forma, riéndose gracias a un chico guapo que la estuviera alegrando. Ojalá fuera yo el que estuviera allí.


Estuvieron mucho tiempo hablando, se me pasaron los minutos contemplándolos a la espera de un beso que destrozara mi corazón, un acercamiento que revolucionara mis latidos. No pude contenerme más, me marché del banco. Lo dejé completamente vacío y me vine a la cama a dormir enfurecido y entristecido. Aunque no podía dormir. En cuanto mi cuerpo desconectaba del mundo para reposar, mi mente me lanzaba chasquidos y recuerdos de aquella tarde.


A la mañana siguiente me desperté con un único pensamiento, la desilusión de haberla visto con un chico que podría quitármela.


Mis esperanzas de conocerla y estar con ella se iban acabando.


Cogí la primera camiseta y pantalón al azar del armario y me vestí. Saldría al paseo a dar una vuelta y sentarme en un banco, pero esta vez el banco estaría más lejos. No podía pensar en la idea que no dejaba de atormentarme. Si ayer lo pasé mal al verlos hablando, ¿qué sería de mí si los viera besarse?. Bajé pensativo por las escaleras con las manos en los bolsillos y una mirada baja. El largo paseo diario con maravilloso final en aquel telescopio con visión de la estrella más bonita del cielo se convertiría en un eterno caminar sin rumbo ni destino.


Paseé con más pasividad que otros días sin dejar de pensar en lo dura que puede ser la vida al restregarnos aquellas cosas que más nos duelen. No quedaba mucho para llegar al banco donde siempre me sentaba.


Empecé a apartar la mirada por si ella estaba allí con él. Seguí caminando sin fijarme en quién estaría en el banco y quien estaría con ella. Llegué por fin, cerré los ojos, mantuve la respiración, giré la cabeza y los abrí despacio.


Quedé sorprendido al verla con sus amigas y sin nadie más que perturbara mi tranquilidad. Allí estaba ella con sus amigas otra vez con tono pensante, pero esta vez con la cabeza más baja. Solo podía verle el pelo y las manos, que ésta vez, no servían de apoyo a su mandíbula, sino de consuelo para sus ojos. Me preocupé por ella y no dejé de mirarla para encontrar unas gotas de llanto que me hicieran saber que de verdad quería a aquel chico y no a otro. Instantes después levantó la cabeza con expresión serio y distante. Comenzó a observar todo a su alrededor en busca de algo que le cambiara la cara. En ese momento buscó y se topó con mi mirada piadosa que se compadecería de cualquier pena que ella tuviera. Dudé un instante en apartársela pero fue su reacción la que me hizo quedarme fijo así. Sus cejas se levantaron y sus labios se alargaron y enseñaron aquella bonita sonrisa que la caracterizaba. Por mi cuerpo subió un cosquilleo que me hizo cambiar de parecer. Había venido desolado y confuso al parque sabiendo todo lo que podía perder, y en cambio me había encontrado con aquella mirada y sonrisa. Al igual que el día anterior me subieron por el cuerpo unos nervios que no me dejaban ni respirar. Pero esta vez era diferente, eran nervios buenos, nervios de placer. Aquel placer de verla feliz y contenta, y esta vez si era por mí.


Nunca se sabe cuándo se tiene el amor hasta que no puedes aferrarlo contra tu pecho y tenerlo en tus brazos.


Texto: David Coleto Mozos

Ilustración: Raquel Mayoral


domingo, abril 11, 2010

EL MAR DE LOS DOS PESQUEROS

Ahí va otro relato de antaño, ilustrado hace poco por mi amigo Milán Rubio. Espero que os guste. Por cierto, me ausentaré una semana. Me voy al Sur a disfrutar de los pescaítos, de la paz, la tranquilidad y, si puede ser, del mar. Saludosssssss

EL MAR DE LOS DOS PESQUEROS

Siempre que empezamos una historia y le toca escribir a él, acabamos dejándola a medias.


- ¡No me jodas, Arturo! - le dije al oírle decir tales estupideces.


- ¿Acaso lo niegas? Estoy harto de leer a maricones empollones que escriben cuatro estupideces y se las publican. La gente va como las moscas a la mierda a comprar su ejemplar nada más salir a la venta. No te digo que no escriban buenas novelas, pero no todas las que hacen. ¿Y a quién le importa? A nadie. Van y los compran sin preocuparse de si serán buenas o no.


- Tú escribes de puta madre. Todo lo que he leído me ha parecido interesante, intrigante, terrorífico... A cada relato su género. Sabes de sobra que pasar a la fama cuesta mucho - ahora era yo el que intentaba convencerlo.


- Dinero, esfuerzo, horas de trabajo diarias. Y tú estás a punto de conseguirlo. Sigue la onda y olvídate de malos rollos paranoicos que te montas.


- ¡Qué va! Creo que ya no me quedan fuerzas para tirar hacia delante. Todo lo que escribo es basura y jamás conseguiré ver mi nombre en un libro. Menos todavía que alguien lo lea.


- ¡Vamos, cojones! Recapacita y piensa en toda la gente a la que le han gustado tus relatos. Por lo menos veinte. Todo aquel al que los has dejado leer. Así que no seas tan cabezón y sigue esa novela o tendré que darte de hostias para que la acabes para mí, que tengo ansias de leerla. - Le miré con cara desafiante para sacarle una sonrisa. Después de un guiño la conseguí, aunque únicamente una ligera sonrisa.


Ya no volvimos a hablar más del tema durante un mes. Dos meses más tarde le pedí un autógrafo por su reciente éxito, “El mar de los dos pesqueros”.


Texto: David Coleto Mozos ((04-10-2002))


Ilustración: Milán Rubio ((25-03-2010))

sábado, abril 10, 2010

FICHAJE DE CANALES

Finalmente, tras varias semanas de dura pugna entre los directivos, y tras el descubrimiento de que parte de las "acciones" del chaval eran de Lendoiro, el Real Madrid consiguió fichar a la jovencísima perla del Racing de Santander: Canales.

Aquí lo resalta todo mi amigo SR.Miedes, al cuál le envío un saludo si me estuviera leyendo y le propongo a volver, a salir de dónde esté escondido, que ya conté diez, lo busqué jugando al escondite pero no lo encontré. Sal amigo, y disfruta.

Espero que os guste.



Saludossss

martes, abril 06, 2010

DESPEDIDO

Dados los tiempos que corren, esto es lo que mejor podría suceder antes de que alguien nos de esa mala noticia. Aunque sin violencia, ¡por favor!, sin violencia. El dibujo de mi amigo Milán Rubio. Gracias. Espero que les guste el conjunto.


DESPEDIDO

Se aplaca mi pecho
y mi atronadora voz
destrona al que dice ser el jefe.

Le vapuleo, le refriego
y le lanzo un esputo
en la coronilla de su deslustrada calva.

Pero no se entera, se entretiene
entre “tiene o no tiene”
que llevarse a cabo un nuevo fregado
al salón presidencial.

Se distrae entre las abejas
que sisean desde los bosques frondosos
del nuevo amanecer en la fábrica de madera.

Pregunta al guardabosques
por el hechicero de la colina,
por dónde queda su castillo de arena
y el reloj que el torbellino le arrebató
de su muñeca.

Mi pecho tose, daña mi garganta
y crea un estado inestable entre
las cosas frías y el hielo que
yace dentro de mi cuello.

La luz se apaga,
la tos revienta mi faringe,
las estalactitas caen de las paredes de mi cuello
y agujerean mi gaznate reposadamente.

No me despida usted,
ya me despido yo.



Texto: David Coleto Mozos

Ilustración: Milán Rubio

viernes, abril 02, 2010

LOS DESEOS TAMBIÉN SE HACEN REALIDAD

Soñar es gratis, y muy satisfactorio a veces...otras no. Pero también hay dos posibilidades, o más, a la hora de que alguien sonría o no, que alguien llore, o no, o que alguien te pida perdón o lo deje pasar durante el resto de tu vida y "su" vida sin hacerlo. Son cosas cotidianas pero muy importantes, como soñar, despierto o dormido. Lo más importante es soñar. Soñar es gratis. Soñemos todos, disfrutemos de los sueños en los que podemos ser mejores, más guapos, más fuertes, tener alas...soñemos por el mero hecho de soñar que es una acción tan preciosa como amar, aunque no tantas veces angustiosa.
Les dejo con un relato al cuál donó muy gratamente su ilustración mi amigo Diego Frachia. Espero que les guste.



Yara reposaba la comida sentada en su sillón preferido. Observaba con atención las noticias de aquel diestro día. Dos familias de pobres ilusos festejaban su acierto en los sorteos millonarios del Estado. Celebraban su suerte con sidra y champán. A saber cuánto les duraría su éxito, pensó la joven.

Ana, la hija del actual presidente de su país enseñaba su alegría por la reciente boda en la que sería la protagonista principal.

Esas y más noticias felices aparecían una tras otra en la pequeña pantalla.

Frente a su sofá estaba una canija mesa de escritorio y la silla que ella calentaba cuando escribía. Encima de la mesa había un cuaderno que la mañana anterior compró para rellenar con sus locuras nocturnas.

Decidió arrancar un folio y escribir cosas que le gustarían que pasara en el mundo. Soñar no es caro se solía decir.

Ahora sentada frente al escritorio con un bolígrafo en la mano, comenzó a soñar despierta: que la gente no matara por placer (sólo quien lo mereciera, exclusivamente por penas de muerte en los EE.UU.); extinguiría las bombas y todo tipo de armas de fuego o blancas para disminuir su actual uso inadecuado (¡ojalá fuera tan fácil!); que acabase el terrorismo que acecha nuestras calles; no pensar en el tiempo cuando me encontrara con mi novio y poder pasar toda la eternidad a su lado sin cansarnos (eso aún lo hago, pero duermo, como, ceno, y a veces no estoy a su lado); que acabaran las guerras (un deseo casi imposible) y me devuelvan a mi madre (o me espere en el cielo).

Al escribir aquellas palabras, Yara se impregnó de tristeza por los recuerdos e hizo una bola de papel y lo tiró al fuego de su chimenea. El humo que creó salió por el agujero hacia el exterior. La vanidad se eximía por el orificio de la chimenea y se inscribía en las paredes que indicaban su camino.

La puerta cerrada del salón entrecortó un fuerte ruido que hizo la de la entrada al chocar contra la pared. Alguien había entrado en su casa. O un fuerte viento la habría abierto con enorme vigor.

Fue ese mismo alguien quien volvió a asestar otro consistente portazo en el salón.

Policía, ¡queda usted arrestada! Fueron las últimas palabras que oyó después del tremendo susto.

Yara no hizo nada para defenderse. Los guardias la arrestaron y la llevaron consigo a la comisaría.

Diez días después de estar en prisión, otro policía fue a su celda para darle la buena noticia. La habían liberado. Hubo un error en su arresto y era inocente de los cargos por los que se le acusaba.

Desbordaba alegría por su cuerpo al igual que duda en su cabeza. Alguien tenía que haber hecho algo para sacarla de allí. Los policías no se podían haber dado cuenta de su error así por las buenas, después de lo mal que la trataron.

Yara volvió a abrir las puertas de su casa y la de su salón. Tal fue su sorpresa cuando abrió ésta última. Su madre se encontraba allí sentada en su sofá preferido. Había vuelto del hospital donde se debatía entre la vida y la muerte. Dios había escuchado sus plegarias quemadas en aquella carta.

¡Mamá!. La abrazó con ánimos renovados pareciendo rejuvenecer al hacerlo. Le repitió una y otra vez cuánto la había echado de menos y las veces que le había pedido a Dios que se salvara

Pasaron instantes abrazadas y por fin se soltaron y sus ojos llorosos se cruzaron. Yara preguntó a su madre quién la había sacado de la cárcel y cómo. Después de unos segundos, no obtuvo respuesta. La chica se empeñó y su madre le decretó la solución.

Ella también había escrito una carta instantes después de su recuperación, en su mismo escritorio. Pedía a los jefes de policía que soltaran a su hija. Pensó varias veces en que nadie le haría caso, a una mujer enferma y que la declinarían en cuanto vieran la carta. Entonces fue cuando decidió echarla al fuego de la chimenea y que se esfumase.

Pedía a Dios que sacara a su hija de la cárcel, y esperó una respuesta.

Por suerte, hacía unos minutos que la acababa de recibir en su casa.