
Escuchando: Fernando Castro - África
Escribir, escuchar, saborear la música, leer, visualizar, enamorar, viajar, sonreir, llorar, amar...
Ver un cometa a media noche
es tan precioso como ver
tus ojos en la madrugada
donde el sol y la luna
aún se hallen ocultos tras las
profundidades del amor.
Vislumbrar las olas del mar
deslumbradas por el reflejo de la luna llena
es como saborear
tu melodiosa voz rebotando
contra las heladas rocas
que dividen el Gran cañón del Colorado.
Me encanta cómo se dibujan
en el cielo los relámpagos
y cómo eluden la luna que,
tenaz, se agarra a la oscuridad
y no titubea ante los fogonazos
de tus inmensos iris.
El amanecer se oculta lejos,
juega al escondite tras la gigantesca
pantalla de plasma del horizonte
y contempla tu brillante mirada.
Aunque pronto se apagará el mar,
se ofuscará bajo el ennegrecido cielo
que reflejará la oscuridad
que sucumbirá cuando cierres los ojos.
SIN TÍTULO
Con amargura, no quiero
mesar tu inerte figura
pues el lamento
sucede tras el final del cuento.
Já, ya no volveré a reír
sin ti.
Já, irónico,
pues ya no hay fiel carcajada.
Contengo adentro
ninguna,
pues todas se fueron pudriendo.
Me dejaste
de brazos cruzados
y yo que los moví para aferrarte
la tristeza los ha cortado.
Ya no hay ramas que pendan
de ese putrefacto árbol
que un corazón contuvo
y con tu muerte se detuvo.
Las aspas del molino
en jarradas se quedaron
pues no entiendo, sin viento,
cómo jamás no se pararon.
Sería el suspiro que producían
los pájaros al ver la luz,
la que salía de tus ojos negros
y en madrugada
se veía a contraluz.
Aún ansío cuando despierto
que tu pecho vuelva a latir
pero mis ojos y el sentimiento
me tornan a confundir.
¿No es más bello,
ciego enamorado,
el cariño palpado
que un te quiero sin destello?
¿No es más hondo,
pequeño aprendiz,
buscar la lengua matriz
que aprender el cante jondo?
¿No es más intenso,
joven novicio,
lanzarme por el precipicio
que ocultar mi amor inmenso?
¿No es más sencilla
la carta con que tu amor ruego
que frente a ti el miedo
que en mis ojos brilla?
En un antro de un solitario planeta se estaba celebrando una fiesta Saturnal. La fiesta era al lado del amurallado Castillo de Lord Siput.
El arlequín vestía un traje anaranjado de luces e iba haciendo acrobacias para animar al personal.
Habían asistido al acto desde el perrero hasta el pigmeo del presidente.
Unos disfrutaban llevándose las manos a los sobacos al ritmo de la canción que sonaba y otros, fuera de aquella sentina, asistían al sepelio de Kos, el que tantas veces había sembrado el terror en el planeta. Había sufrido un siniestro y lo habían traído en una parihuela hasta al añil del patio y contemplaron lo que sucedió a continuación:
El cuerpo de Lord KOS comenzó a desintegrarse hacia el exterior del Castillo. Todos quedaron atónitos por lo ocurrido.
Según varios observadores nocturnos, los restos de Lord Kos subieron hasta el príapo y quedaron allí en la órbita durante toda la noche. Al amanecer el cuerpo apareció en el mismo lugar desde donde se produjo el ascenso y todos los miembros de la fiesta lo rodearon como si hubiera vuelto a la vida.
Texto: David Coleto Mozos
Ilustración: Darío Mekler
Aún penden de mis labios
los flashes de tus sonrisas,
perduran en mi corazón
como una imagen
dentro de una fotografía.
Ausentes, se vuelven a unir
los pedazos del rompecabezas
que forman el puzzle
más hermoso jamás hallado:
tu rostro a la luz de la luna.
Te elevaste y,
como una nube que asciende
y vive eternamente en el cielo,
te acunaste en las alas del amor.
Y ahora das brillo al día,
tranquilidad a mis anocheceres
y gotas de lluvia para poder
llorar tranquilo tu ausencia
en la noche.
Hoy no tengo palabras para describir
cuán impotente es mi sollozo.
Rabio por no saber nada más que preguntarme:
¿PORQUÉ?
¿Porqué suceden estas desgracias
a familias tan nobles?
¿Porqué, si sus vidas no han dañado
en lo más mínimo las vidas de los demás?
Creo en Dios, pero cada vez
creo más en el destino.
Ese sino que nos aguarda tras la esquina
fumándose un cigarro mientras
nos acercamos en silencio
hasta nuestro trágico final.
Llevo el rencor por dentro
y sólo lo exploto salpicando
mis lágrimas en los hombros de
a quiénes más quiero.
Todo es tan irreal.
Escribimos nuestro nacimiento,
nuestros deseos, nuestras ilusiones…
y después todo se emborrona
con el llanto de nuestra muerte.
Sólo estamos de paso,
movamos ficha que,
aunque no nos equivoquemos,
siempre terminaremos derrotados.